Dos días después de haber dejado la clínica donde estuvo internado a raíz de una grave infección pulmonar que lo puso al borde de la muerte, recibió a GENTE. En una conmovedora charla habló de sus miedos, de Dios y de la enfermedad, y también, anunció que se separó de su mujer, Andrea, “para siempre, y es definitivo”. El nuevo Cacho dejó de fumar, está sometido a intensos tratamientos físicos y psíquicos y toma ocho pastillas por día. “Cambié mi vida para poder seguir viviendo”, sentenció.
Su última internación duró dos semanas y fue una dramática novela por entregas. El primer día no hubo partes médicos: sólo unas palabras de Andrea Sblano (31), su mujer: “Cacho está cardiológicamente estable, pero tiene una infección en el pulmón”. Su médico, Alfredo Cahe, no abrió un juicio inmediato: deslizó, sí, que “todo fumador es propenso a frecuentes infecciones bronquiales”. Pero al otro día fue más rotundo: “Cacho estuvo internado tres veces por su adicción al cigarrillo, pero su cuadro nunca fue tan grave como el de ahora. La está peleando. Las próximas horas serán decisivas”. La noticia siguiente, al quinto día y siempre en boca de Cahe, fue alentadora: “Hubo una pequeña mejoría”. Pero poco después, la contracara: “Cuadro de neumopatía, que complicó su proceso bronquial y su situación cardiovascular. Sigue en estado delicado, con las defensas muy bajas y en terapia intensiva. Es la primera vez que no responde adecuadamente al tratamiento”. En la puerta del Sanatorio de los Arcos empezaron los rezos. Sin embargo, pasadas dos semanas, y pese a sus 68 años y su indomable perfil de fumador compulsivo (“aun en su peor momento pedía un cigarrillo”, confió Cahe), una vez más –Ave Fénix al fin– logró el alta y volvió a su casa, su barrio, sus afectos.
CACHO HOY. Domingo 12 de junio, cinco de la tarde. Viviana –asistente terapéutica– atiende el portero eléctrico del primer piso del edificio de Conesa y Sucre, pleno Belgrano R. Hace dos días que Cacho salió de alta del INEBA (Instituto de Neurociencias de Buenos Aires, donde hizo neurorehabilitación). Ayer, junio 11, fue su cumpleaños 69. Doble, porque también se cumplió un mes de su nueva carrera contra la muerte, y con victoria.
Recibe a GENTE a pura sonrisa y bromas: genio y figura.
–¿Cómo estás?
–¡Estoy flaquiiiiito! Jaja. Parezco Susana diciendo eso, ¿no? Divina la Su, que me llamó todos los días: “¿Cachungui, cómo estás, necesitás algo? (imita la voz) Venite al programa, Cachungui ¿dale?”. Jaja. Pero no estoy para hacer tele, todavía. Este es el segundo día en casa. Me estoy adaptando a vivir otra vez.
–Esta internación te cambió tu forma de encarar la vida, supongo.
–Sí, totalmente. Ahora me levanto a las siete de la mañana –¡quién lo iba a decir!– y me acuesto a las once. Duermo la siesta. ¡Me tocó la colimba a la vejez! Claudio, mi profe de gimnasia, me despierta cuando sale el sol. Tomamos unos mates, me lleva a la cinta y después a la bicicleta. ¡Una hora a full dándole al físico! Las chicas, las asistentes terapéuticas, me controlan lo que como y me dan las pastillas (¡tomo ocho en total!), me toman la presión...
–¿Recordás qué te pasó el día que te internaron?
–Fue el domingo 9 de mayo. A la noche empecé a sentirme mal. Me dolía todo y la fiebre no me bajaba. Empecé con convulsiones y me asusté mucho. Lo llamé a Ovidio García, que es mi amigo y representante, y él me llevó al Sanatorio de los Arcos junto a Alfredo Cahe, mi médico. ¡Pobre, le doy cada susto! Me internaron en la habitación 209 de Terapia Intensiva. De ahí en más no me acuerdo nada, porque entré en coma.
–Estuviste al borde de la muerte. Claramente.
–Sí, lo sé. Me enteré más tarde. Sólo me acuerdo de esa noche, y después sé que estuve una semana en coma porque me lo contaron. Yo lo tengo todo nublado, no me acuerdo de nada. Mi psicóloga, Ruth Gorenberg, dice que es normal que me pase esto. Sé que lo mío fue un milagro. Que Dios no quiso que me fuera. Mirá que estaban comprometidos el corazón, los pulmones y el riñón, eh. No, lo mío fue un milagro... Dios me ayudó, los médicos y las enfermeras también, OSDE se portó cien conmigo y me facilitó todo lo que necesité para curarme, y la gente me sostuvo con sus cadenas de oración y las pancartas de amor que me ponían. Todo fue milagroso. Quisiera poder agradecer a cada uno de todos los que se preocuparon por mí. Y también quiero agradecerles a ellos –y se toca las cuatro estrellas que tiene tatuadas en su mano derecha–, que seguramente me cuidaron desde donde están.
–¿Y quiénes son “ellos”? ¿Quiénes son esas cuatro estrellas?
–Mis viejos y mis dos hermanos. Todos murieron. Por eso me los tatué: los tengo conmigo siempre.
–¿Sentiste que te acompañaron?
–La verdad es que no me acuerdo de nada. No vi la luz blanca de la que hablaba Víctor Sueiro, pero estuve cerca de verla.
–Volvamos a la internación. Hasta ahora no nombraste a Andrea Sblano, tu mujer.
–Estamos separados (se le llenan los ojos de lágrimas). Nos separamos unos días antes de mi internación. Por eso estaba solo cuando me sentí mal esa noche.
–¿Pero qué pasó?
–Mirá, esto es muy difícil. Pero con Andrea tenemos buena relación. Fijate que estuvo conmigo acompañándome, y ayer me organizó el cumpleaños.
–¿Cómo fue el festejo de tus 69 años?
–Sólo para los íntimos. Festejé mis 69 en este mismo living donde estamos haciendo la entrevista. Vinieron Ovidio y Judith Gabbani, su esposa, Alfredo Cahe, Alejandro Veroutis, Karina Acue –una amiga que me llevó a conocer al Padre Ignacio–, y Andrea y su hermana.
–¿Puedo volver a preguntarte qué pasó para que te separaras de Andrea?
–Sí, sí, disculpame, me fui por las ramas. Pasó que se terminó. Punto.
–¿Cómo estás?
–Llevándolo como puedo. No es fácil. El viernes terminó de llevarse las cosas que tenía en casa. Siento que estoy masticando vidrio. Fueron diez años juntos y cinco de casados.
–¿Fue el desgaste de la convivencia o un tercero en discordia?
–No hubo terceros, no hubo infidelidades, no hubo otra relación. Se desgastó. Eso es todo, y eso es lo más triste.
–¿Qué podés decir de Andrea?
–Que es rebuena, una mujer increíble.
–Me dicen que alquiló un departamento temporario por un mes, hasta que le entreguen el que compró.
–Sí, ya casi se terminó de llevar todo lo que era de ella en esta casa.
–¿Entonces es definitivo?
–Sí, no hay vuelta atrás.
(Lo dice y se emociona. En los portarretratos del living y en el pasillo que da a la habitación que compartían están todavía las fotos de su casamiento con Andrea. Cacho no puede ni quiere ocultar sus lágrimas.)
–Debe ser extraño volver a tu casa y dormir solo después de todo lo que te pasó.
–Ahora duermo con Malena (dice y sonríe mientras señala a su perra cocker). Igual que yo, ayer cumplió años. Pero ella sólo cumplió ocho añitos. Mirá qué triste está la pobrecita... La busca a Andrea.
–¿Ella sola la extraña?
–No. Obvio que se la extraña... ¿Qué te creés, que soy frío? Te repito: tenemos buena relación y seguimos teniendo negocios juntos, Las Castañitas, entre otras cosas.
(Suena el celular. Es su psiquiatra, Juan Tenconi, que lo llama para ver cómo está. Cacho le cuenta que está haciendo una nota para GENTE. Corta. De buen humor, dice que es hora de hacer fotos y posa frente a la cámara de Christian Beliera, que le elogia la mirada fuerte que tiene. “Ahora entiendo por qué las minas mueren por vos”, dice el fotógrafo. Cacho se ríe, y en broma dice: “Sí, pero después me dejan”. Se lo ve perfecto. Con ocho kilos menos. Pero triste.)
–Veo que tenés un rosario.
–Ahora creo en Dios más que nunca. Mirá, éstas son la cruz, la medallita y la cadenita de oro que me regaló el Padre Ignacio, de Rosario. Soy amigo del padre y voy cuando puedo. Me dio agua bendita para ponerme en los colmillos, jaja. Y también me dijo que me pusiera ajo a la mañana, pero no le hice caso. ¡Salía con un olor espantoso! Ahora en serio, tengo que ir a agradecerle. Y, a través de él, a Dios.
–¿Qué le querés agradecer a Dios?
–Que me da la fuerza para esta nueva vida. Llevo semanas sin fumar. ¿Sabés lo que es eso para mí? Descubrí el día. Me acuesto temprano, me tienen cortito.
(Otra vez el teléfono. Es Ovidio García, su representante en esta nueva etapa. Antes, los negocios de Cacho los manejaba Mónica, la madre de Andrea. Pero ahora todo cambió y Cacho desata los nudos del pasado.)
–¿Cómo pensás que va a ser tu vida de ahora en más?
–Distinta... Más sana... Todo es nuevo para mí: chau pucho y chau millones de cosas que me estaban haciendo mal. Chau también a muchos años de un amor muy lindo. Pero nunca voy a decirle chau a la música, ¿eh? En septiembre vuelvo con todo. Ya tengo planeados varios shows. ¿O vos creías que me iba a quedar en casa tejiendo mañanitas?
–¿Cómo estás?
–¡Estoy flaquiiiiito! Jaja. Parezco Susana diciendo eso, ¿no? Divina la Su, que me llamó todos los días: “¿Cachungui, cómo estás, necesitás algo? (imita la voz) Venite al programa, Cachungui ¿dale?”. Jaja. Pero no estoy para hacer tele, todavía. Este es el segundo día en casa. Me estoy adaptando a vivir otra vez.
–Esta internación te cambió tu forma de encarar la vida, supongo.
–Sí, totalmente. Ahora me levanto a las siete de la mañana –¡quién lo iba a decir!– y me acuesto a las once. Duermo la siesta. ¡Me tocó la colimba a la vejez! Claudio, mi profe de gimnasia, me despierta cuando sale el sol. Tomamos unos mates, me lleva a la cinta y después a la bicicleta. ¡Una hora a full dándole al físico! Las chicas, las asistentes terapéuticas, me controlan lo que como y me dan las pastillas (¡tomo ocho en total!), me toman la presión...
–¿Recordás qué te pasó el día que te internaron?
–Fue el domingo 9 de mayo. A la noche empecé a sentirme mal. Me dolía todo y la fiebre no me bajaba. Empecé con convulsiones y me asusté mucho. Lo llamé a Ovidio García, que es mi amigo y representante, y él me llevó al Sanatorio de los Arcos junto a Alfredo Cahe, mi médico. ¡Pobre, le doy cada susto! Me internaron en la habitación 209 de Terapia Intensiva. De ahí en más no me acuerdo nada, porque entré en coma.
–Estuviste al borde de la muerte. Claramente.
–Sí, lo sé. Me enteré más tarde. Sólo me acuerdo de esa noche, y después sé que estuve una semana en coma porque me lo contaron. Yo lo tengo todo nublado, no me acuerdo de nada. Mi psicóloga, Ruth Gorenberg, dice que es normal que me pase esto. Sé que lo mío fue un milagro. Que Dios no quiso que me fuera. Mirá que estaban comprometidos el corazón, los pulmones y el riñón, eh. No, lo mío fue un milagro... Dios me ayudó, los médicos y las enfermeras también, OSDE se portó cien conmigo y me facilitó todo lo que necesité para curarme, y la gente me sostuvo con sus cadenas de oración y las pancartas de amor que me ponían. Todo fue milagroso. Quisiera poder agradecer a cada uno de todos los que se preocuparon por mí. Y también quiero agradecerles a ellos –y se toca las cuatro estrellas que tiene tatuadas en su mano derecha–, que seguramente me cuidaron desde donde están.
–¿Y quiénes son “ellos”? ¿Quiénes son esas cuatro estrellas?
–Mis viejos y mis dos hermanos. Todos murieron. Por eso me los tatué: los tengo conmigo siempre.
–¿Sentiste que te acompañaron?
–La verdad es que no me acuerdo de nada. No vi la luz blanca de la que hablaba Víctor Sueiro, pero estuve cerca de verla.
–Volvamos a la internación. Hasta ahora no nombraste a Andrea Sblano, tu mujer.
–Estamos separados (se le llenan los ojos de lágrimas). Nos separamos unos días antes de mi internación. Por eso estaba solo cuando me sentí mal esa noche.
–¿Pero qué pasó?
–Mirá, esto es muy difícil. Pero con Andrea tenemos buena relación. Fijate que estuvo conmigo acompañándome, y ayer me organizó el cumpleaños.
–¿Cómo fue el festejo de tus 69 años?
–Sólo para los íntimos. Festejé mis 69 en este mismo living donde estamos haciendo la entrevista. Vinieron Ovidio y Judith Gabbani, su esposa, Alfredo Cahe, Alejandro Veroutis, Karina Acue –una amiga que me llevó a conocer al Padre Ignacio–, y Andrea y su hermana.
–¿Puedo volver a preguntarte qué pasó para que te separaras de Andrea?
–Sí, sí, disculpame, me fui por las ramas. Pasó que se terminó. Punto.
–¿Cómo estás?
–Llevándolo como puedo. No es fácil. El viernes terminó de llevarse las cosas que tenía en casa. Siento que estoy masticando vidrio. Fueron diez años juntos y cinco de casados.
–¿Fue el desgaste de la convivencia o un tercero en discordia?
–No hubo terceros, no hubo infidelidades, no hubo otra relación. Se desgastó. Eso es todo, y eso es lo más triste.
–¿Qué podés decir de Andrea?
–Que es rebuena, una mujer increíble.
–Me dicen que alquiló un departamento temporario por un mes, hasta que le entreguen el que compró.
–Sí, ya casi se terminó de llevar todo lo que era de ella en esta casa.
–¿Entonces es definitivo?
–Sí, no hay vuelta atrás.
(Lo dice y se emociona. En los portarretratos del living y en el pasillo que da a la habitación que compartían están todavía las fotos de su casamiento con Andrea. Cacho no puede ni quiere ocultar sus lágrimas.)
–Debe ser extraño volver a tu casa y dormir solo después de todo lo que te pasó.
–Ahora duermo con Malena (dice y sonríe mientras señala a su perra cocker). Igual que yo, ayer cumplió años. Pero ella sólo cumplió ocho añitos. Mirá qué triste está la pobrecita... La busca a Andrea.
–¿Ella sola la extraña?
–No. Obvio que se la extraña... ¿Qué te creés, que soy frío? Te repito: tenemos buena relación y seguimos teniendo negocios juntos, Las Castañitas, entre otras cosas.
(Suena el celular. Es su psiquiatra, Juan Tenconi, que lo llama para ver cómo está. Cacho le cuenta que está haciendo una nota para GENTE. Corta. De buen humor, dice que es hora de hacer fotos y posa frente a la cámara de Christian Beliera, que le elogia la mirada fuerte que tiene. “Ahora entiendo por qué las minas mueren por vos”, dice el fotógrafo. Cacho se ríe, y en broma dice: “Sí, pero después me dejan”. Se lo ve perfecto. Con ocho kilos menos. Pero triste.)
–Veo que tenés un rosario.
–Ahora creo en Dios más que nunca. Mirá, éstas son la cruz, la medallita y la cadenita de oro que me regaló el Padre Ignacio, de Rosario. Soy amigo del padre y voy cuando puedo. Me dio agua bendita para ponerme en los colmillos, jaja. Y también me dijo que me pusiera ajo a la mañana, pero no le hice caso. ¡Salía con un olor espantoso! Ahora en serio, tengo que ir a agradecerle. Y, a través de él, a Dios.
–¿Qué le querés agradecer a Dios?
–Que me da la fuerza para esta nueva vida. Llevo semanas sin fumar. ¿Sabés lo que es eso para mí? Descubrí el día. Me acuesto temprano, me tienen cortito.
(Otra vez el teléfono. Es Ovidio García, su representante en esta nueva etapa. Antes, los negocios de Cacho los manejaba Mónica, la madre de Andrea. Pero ahora todo cambió y Cacho desata los nudos del pasado.)
–¿Cómo pensás que va a ser tu vida de ahora en más?
–Distinta... Más sana... Todo es nuevo para mí: chau pucho y chau millones de cosas que me estaban haciendo mal. Chau también a muchos años de un amor muy lindo. Pero nunca voy a decirle chau a la música, ¿eh? En septiembre vuelvo con todo. Ya tengo planeados varios shows. ¿O vos creías que me iba a quedar en casa tejiendo mañanitas?
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