Por Eduardo Slusarczuk
Seis meses atrás, parecía que la cosa no tenía retorno. En su enésima
internación -"insuficiencia cardíaca, exacerbación de la enfermedad
pulmonar crónica e insuficiencia renal" denunciaba el diagnóstico-,
Cacho Castaña llevaba varios días en coma y el panorama tenía
más sombras que luces.
Sin embargo, el cantante hizo una gambeta más a
la parca, recuperó energías, se vistió de nuevo de Cacho de Buenos Aires, y
redobló la apuesta con su participación en la tira “Dulce amor”
(Telefé) y un ciclo de presentaciones en el Gran Rex, que termina el jueves,
cuyo título, “Todavía puedo”, abre la puerta a numerosas interpretaciones.
"Hay que tomarlas a todas como válidas. Porque, de cualquier manera,
podemos. Si no es naturalmente, tenemos la pastilla. Así que, todas valen", dice
el hombre, que confiesa estar disfrutando de estos recitales de un modo
especial. "Hacía rato que los venía posponiendo, por mis problemas de salud.
Entonces, de repente, fue una revancha. Era como un desafío", explica el
cantante, que a mitad de año coronará 70.
A primera vista, todo parece
seguir igual. El pelo algo largo; la remera con brillos, que remata en el cuello
con una madeja de collares y cadenas; los anillos y pulseras; el cigarrillo en
la mano. Pero no.
"Después de la última vez que estuve jodido, tuve que
parar. Todos vivimos la vida como si nunca nos fuéramos a morir. Pero cuando te
pasan este tipo de cosas, hacés un clic, y depende de vos lo que viene después.
Yo no podía seguir viviendo de la forma desordenada en que lo venía haciendo.
Ahora estoy ordenadito; me hice una dieta, hago gimnasia -no como para sacar
lomo, pero, al menos me hace sentir mejor-, me cuido",
cuenta.
-Me llamó la atención ver la cava (eléctrica)
vacía.
-Es que no tomo alcohol hace rato. La gente cree que yo
arranco con el escabio desde temprano, pero no es así. En una época pudo haber
sido así, pero después no tomé más. Nunca me enganché, como sí lo hice con el
cigarrillo. Pero bueno, algo tengo que hacer. Si no, todo es muy
aburrido.
-Me atrevería a creer que mucha gente te asocia no sólo
con el escabio sino con otros consumos.
-Sí, con la merca y con
todo lo que anda por ahí. Pero siempre fui más pelotudo que una gallina, en esas
cosas. Lo que pasa es que mi caripela da otra cosa. No puedo ser gerente de un
banco. No puedo ser un padre de familia en la televisión. Quiero hacer un padre
de familia honesto y no: me llaman para ser un hijo de puta.
-¿Por qué aceptaste volver a una tira, después de haber dicho
que es un trabajo insalubre?
-Porque me divierte laburar con
Georgina. Me volvió loco, llamándome por teléfono. "Agarrá, hacé de mi marido
-me decía-, y nos vamos a cagar de risa". Y agarré. Además, grabo dos días por
semana, tranquilo, pocas horas. Está muy bien.
-¿Cuántos
programas harás?
-No lo sé. Porque ahora, que dice que subió
tanto, quizá me quedo más.
-¿Te sorprende que la subida del
rating coincidiera con tu aparición?
-En realidad, no me llama
la atención que suba ni que baje. En 45 años de carrera, yo ya puse toda la
carne en el asador. Pero ojo, que lo estoy haciendo bastante bien. Tiemblan
Pacino y unos cuantos más.
-¿Cómo manejás el cambio que vivís en
tu vida real con tu imagen de atorrante incorregible, alimentada, además, por la
fantasía del público?
-No lo manejo. Es que yo no respondo a
ninguna imagen. El público puede tomar de mí lo que quiera. Puede pensar lo que
se le antoje. Yo voy a ser siempre el mismo. Yo no le puedo manejar el gusto a
la gente. No la puedo convencer de nada. Si tomó que el tipo es un atorrante, no
tratés de ser un cura. Es al pedo que vayás contra la corriente. No te lo cree
nadie. Es un esfuerzo al pepe.
-¿Eso no te condiciona, si elegís
hacer algo distinto?
-¿Qué querés que haga? Hace unos cinco años
me llamaron del (Teatro) San Martín para hacer La Nona. Pensé que era una joda
de Tinelli. Pero era en serio. Fui a ensayar, con Hugo Arana y un elenco
importante. Estuve un mes y me las tomé.
-¿Por
qué?
-No era para mí. Yo agarré la guitarra para no laburar y
esos laburan todos los días. Dejate de joder…
-¿Y vos, no laburás
todos los días?
-Yo agarro cuando tengo ganas. Ya laburé antes,
los doce años que estudié música, los que toqué en las orquestas típicas. Yo soy
músico.
Cacho repasa: su debut, a los 13, en la orquesta de Oscar
Espósito: "Tocaba en cortos, con unos pelos así en las gambas. Parecía el Cholo
Simeone al piano", acota. Su paso por las típicas, sus noches de pianista de
"cabarute", el millón y medio de simples vendidos de “Canciones son canciones”,
“Quieren matar al ladrón” y “Cara de tramposo”. Relato de una popularidad a la
que, unas dos décadas atrás, sumó el reconocimiento que comenzaron a prodigarle
en ciertos ámbitos de la cultura, en los que en el pasado hubiera ocupado la
categoría de "grasa".
"Es así. Antes era grasa y ahora soy paquete. Lo
cierto es que si logré algún prestigio, fue sin darme cuenta. Haciendo lo mío.
Grabé 53 discos. Me pasé 20.500 horas encerrado en un cuarto, grabando. Después,
la gente elige y te pone en el lugar que quiere.
-¿No te dan
ganas de pasar alguna facturita a algunos de los que antes te mataban y ahora te
alaban?
-No. Posiblemente yo también haya fallado en algo. Nunca
tuve como objetivo ser prestigioso. Mi objetivo es seguir laburando. No tengo
objetivos finales. Arranco y sigo. Y no quiero llegar nunca a la terminal.
-Sos uno de los pocos que siguió componiendo tangos cuando el
género quedó al costado del interés de la gente. ¿Cómo ves esta especie de
resurgimiento, impulsado por músicos jóvenes, que se están apropiando de él?
-Muy bueno. Porque no olvidemos que el tango es la
identificación del país. Está bueno que busquen, que se metan. Para aprender a
nadar te tenés que tirar a la pileta. Lo que pasa es que ahora no es que se
componga tango. Hay, más bien una mezcla del tango con rock, que tiene bastante
de tango, ahora. Hay una música que documenta a la Buenos Aires de hoy, que no
es precisamente el rock and roll ni el tango propiamente dichos. Tratamos de
documentar una época, aggiornada con lo que tenés en los oídos. Con el estrés,
con la locura.
-¿Notás que se haya recuperado cierta bohemia
perdida?
-Sí. De la mano de los chicos nuevos que andan con el
tango. Zapando, con los pelos largos.
-¿Te acercás a esa nueva
bohemia?
-No. No es que no me interese. Pero no soy de salir
mucho. Antes sí, pero ahora ya no. Me quedo en casa. Estamos grandes, ya. La
vamos llevando despacito.
-¿Eso incluye la posibilidad de formar
una nueva pareja, después de tu última separación, el año
pasado?
-Ya no tengo ganas de empezar a formar una pareja.
Estuve diez años en pareja. Mucho tiempo. El luto no te lo sacás así no más. La
soledad es fea. Pero tampoco por no estar en soledad vas a manotear lo primero
que venga. Ni hacer la del mono, que no suelta una soga hasta no agarrar la
otra. A mí me sacaron la soga de la que estaba colgado y me caí a la mierda. Y
no tengo voluntad de iniciar nada.
-Decías que antes que estar
con otra mujer, te enganchabas un travesti. ¿Pensaste en retomar la
idea?
-No. Imaginate. Dicen que te planchan la camisa como
nadie. Podés ver el partido con ellos tranquilamente. Si se portan mal, le metés
una piña y no vas preso. Tenés algunas ventajas. Pero no quiero ni probarlo, por
las dudas. Si me llega a gustar, entonces voy a pensar que pasé la vida
equivocado. Tremendo. Ni el tiro del final me va a salir.